La federación iraní lo comunicó claro: su ausencia no es por motivos deportivos. «Hemos informado que las decisiones tomadas no tienen nada que ver con el deporte y que los miembros de la delegación iraní no participarán en el sorteo», explicó un portavoz a la televisión estatal.
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Entre los que se quedaron sin visa está nada menos que el presidente de la federación, Mehdi Taj. El jueves, Taj ya había calificado la medida como «puramente política» y le había pedido al presidente de la FIFA, Gianni Infantino, que intervenga para que EE.UU. «desista de este comportamiento».
Según los medios locales, solo cuatro integrantes de la delegación –entre ellos, el director técnico Amir Ghalenoei– recibieron el permiso para viajar. Hasta ahora, la FIFA no se pronunció sobre el boicot ni sobre el pedido de ayuda de los iraníes.
Fútbol y política: un histórico telón de fondo
Este nuevo choque no es más que otro capítulo en las más de cuatro décadas de tensión diplomática entre Irán y Estados Unidos, que ahora se traslada a la cancha.
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En el plano futbolístico, el historial mundialista entre ambos es ajustado y con un partido inolvidable. En el Mundial de Francia 1998, Irán le ganó a Estados Unidos 2-1 en un partido cargado de simbolismo político, un triunfo que sigue siendo uno de los más celebrados por su hinchada. En la última edición, Catar 2022, fue el equipo norteamericano el que se llevó la victoria, por un ajustado 1-0.
Más allá de este cruce, Irán ya está clasificado para el Mundial 2026, lo que marcará su séptima participación en la historia y la cuarta de manera consecutiva. Eso sí, todavía no pudieron pasar de la fase de grupos.
El trasfondo político de este boicot es pesado. Las negociaciones nucleares entre ambos países, que se habían reanudado en abril, se cortaron a mediados de junio después de una ofensiva militar de Israel contra Irán, en la que Estados Unidos participó con ataques a instalaciones nucleares clave.
Así, lo que debería ser un simple sorteo para definir los grupos del Mundial, se transformó en una nueva pulseada geopolítica donde la pelota es, una vez más, el pretexto.